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ERAN 150 PERSONAS DE "LA RAZA VASCA DEL NORTE DE ESPAÑA"

Hace un siglo los vascos colapsaron Nueva York

ANDER IZAGIRRE  |  21 de marzo de 2011 (02:35 h.)
Un grupo de emigrantes vascos a Nueva York
EL 19 de marzo de 1911, hace exactamente un siglo, las autoridades de inmigración de Nueva York se encontraron con "el grupo más extraño que había llegado en los últimos tiempos".

EL 19 de marzo de 1911, hace exactamente un siglo, las autoridades de inmigración de Nueva York se encontraron con "el grupo más extraño que había llegado en los últimos tiempos". Eran 150 personas de "la raza vasca del norte de España", según el cronista del The New York Times, aunque muchos de ellos tenían nacionalidad francesa. Acababan de desembarcar del buque La Touraine, procedente del puerto de Le Havre, en el que venían en total 1.077 emigrantes. Casi todos los vascos eran chicos de entre 16 y 20 años -unas pocas mujeres, ningún niño-, en camino hacia los Estados de Idaho, Nevada y Montana, destinos habituales para los pastores. Según el periodista, llevaban txapela, parecían gente dura y apenas abrían la boca. Cuando la abrieron, nadie les entendió.

Los traductores que recibían a los inmigrantes intentaron hablarles en español, en francés, en inglés, incluso en alemán. Pero no había manera de entenderse con ellos. Usaban un idioma ininteligible, "superviviente de las lenguas ibéricas, las que se hablaban antes de que los romanos invadieran Hispania y Galia", explicaba The New York Times. Según la pintoresca descripción del diario, los vascos eran "sencillos, valientes, independientes", nunca habían sido invadidos, preferían afrontar todo tipo de penurias "antes que perder la libertad en los Pirineos", eran "más orgullosos incluso que los españoles" y el simple hecho de nacer en su territorio ya les confería una "nobleza universal".

Dada la imposibilidad de comunicarse, los funcionarios estadounidenses no podían cumplir con los interrogatorios y los trámites de entrada al país, así que, mientras buscaban una solución, los 150 vascos esperaron plantados en el muelle, de pie, junto a sus maletas, baúles y pertenencias.

EMIGRAR A LA LUNA El periodista Koldo Aldabe, de Berria, rescató esta historia en 2007, después de bucear en la hemeroteca que The New York Times acababa de colgar en la red. También la ha reproducido hace poco Alberto Barandiaran, para la revista Nora. Es una gota más, la gota vasca en el océano de las millones de historias de los emigrantes que llegaron a Nueva York a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Antes de tocar tierra en Manhattan, los barcos atracaban en el cercano islote de Ellis, donde a los emigrantes les esperaba un gran centro de recepción y examen. Entre 1892 y 1924, doce millones de personas entraron en ese edificio huyendo de la miseria negra, del hambre, la guerra, la persecución racial: cientos de miles de italianos, irlandeses, alemanes, británicos, austrohúngaros, ucranianos…

Tras diez o doce días hacinados en las bodegas de los transatlánticos, aquellos emigrantes salían a cubierta y descubrían la Estatua de la Libertad. En su mano algunos creían ver una espada. Eso es ser emigrante, según el escritor Georges Perec: "ver una espada donde hay una antorcha... y no equivocarse". Luego se quedaban paralizados ante la línea de rascacielos de Manhattan, una silueta que muchos campesinos europeos no podían comprender y que algunos tomaban por una asombrosa cordillera de montañas rectilíneas. "Ir a América era como emigrar a la Luna", dijo Golda Meir, niña emigrante en 1906, después primera ministra de Israel.

En la Luna pasaron algunas horas los 150 vascos del buque La Touraine. Esperaron y esperaron en el muelle, sin que los inspectores pudieran decidir si cumplían los requisitos legales para entrar a Estados Unidos, aunque observaron que todos llevaban al menos 30 dólares, el mínimo exigido para la admisión. El atasco impidió que desembarcaran los demás emigrantes que viajaban como ellos en segunda clase, y el ambiente empezó a caldearse. Por fin, los agentes de Ellis Island localizaron en Nueva York a "un español que hablaba vasco", lo llevaron a la isla y allí ayudó a descifrar las explicaciones de aquellos emigrantes.

La inmensa mayoría pasó el filtro de Ellis Island: solo fue rechazado el 2% de los emigrantes. Los demás pisaron tierra firme y empezaron una vida nueva, algunos con el nombre recién mutado: en el documento de identidad.

El Muro de Honor de Ellis Island, que recoge cientos de miles de nombres, rinde tributo a estos trabajadores emigrantes que impulsaron las fábricas, campos y ciudades del país.

Fuente: deia

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